29.1.06

TERESA GRACIA ( I )

Teresa Gracia. ©Ángela Ibáñez


Hay seres con voz propia y entre ellos muchas mujeres, que por la historia, las circunstancias o la predominancia masculina en el poder han estado ignoradas, ninguneadas, olvidadas o despreciadas. A algunas ellas, de las que me siento más cercana, les he puesto un enlace en el blog.

TERESA GRACIA (Barcelona 1932- Madrid 2001), merece un espacio propio, aunque no lo tiene en la red, por su calidad humana y profesional como poeta, dramaturga e intelectual comprometida.
La conocí en Zaragoza, ya hace bastantes años, en un viaje rápido en el que acompañaba a Clara Janés, para concretar unos temas editoriales con Olifante. Con Trinidad Ruiz Marcellán, su compañero Marcelo y Ángel Guinda, disfrutamos en su compañía de las delicias gastronómicas aragonesas de "Casa Faustino" (tristemente desaparecida) y las sorprendimos con una velada inolvidable en "El Plata". (El Café cantante más antiguo de Europa y que cerró también en nuestro zaragozano Tubo) Entre las mesas tomando "quemadillos" y algún café, surgían la poesía junto a la alegría divertida y entrañable de lo kisch y surrealista del local. "El Bonanza", otro bar imprescindible en la iconografía local de los artistas y el cultureo, con el entrañable Manolo, nos acogió en nuestro recorrido literario y vital.
Al día siguiente acompañe a Clara y Teresa por la ciudad, por su casco viejo y repetimos el melocotón con vino y las confidencias y complicidades. Éramos tres mundos distintos pero teníamos muchas cosas en común y lo descubríamos por momentos. Clara y su preciosa historia de amor con Vladimir Holan, la isla de Kampa y sus secretos…
Kampa, el libro poemas de Clara que lleva un cassette, pura poesía fónica, que completa y complementa la edición.
Del encuentro quedan fotos recuerdos y una gran amistad con Teresa.
Exiliada en Francia, en París conoció en plena juventud al cineasta Eric Rohmer, quien la inmortalizó como protagonista de "Berenice", una de sus primeras películas. Trabajó comisionada por las Naciones Unidas en la FAO, vivió en Venezuela y en Italia y conoció en primera persona las realidades de mundos que sufren enfrentados. Fue gran amiga de María Zambrano, que le prologó alguno de sus libros, ambas tenían un espíritu libre y una gran pasión por la poesía, por Roma y por los gatos. En 1980 regresó a España.
Teresa tuvo una vida dificil , niña exiliada en Francia, su madre de Burgos, con un carácter como su paisaje y su padre un militar aragonés, al que veneraba y que no estaba de acuerdo con lo imperante, y por dignidad se marchó de España.

* Acompaño este extracto extraído de EL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL DE 1939 DESDE LA PERSPECTIVA DE LAS MUJEREs. Alicia Alted Vigil (Dpto. de Historia Contemporánea, UNED) Artículo publicado en Arenal. Revista de historia de las mujeres, Granada, vol. 4, núm. 2, julio-diciembre de 1997, pp. 223-238

Teresa Gracia, una niña en los campos de concentración en Francia


Teresa Gracia es escritora y también de los pocos niños de la guerra civil española que ha vivido y después hablado sobre su experiencia en los campos de concentración franceses de Argelès-sur-mer y de Saint Cyprien. Fue a estos campos con su madre, buscando a su padre. En julio de 1995 la entrevisté en su casa de Madrid, una casa del siglo XIX, en pleno centro, junto a la calle Huertas; en el cuarto piso al que se accede por una empinada escalera, en una zona abuhardillada que se corresponde con el tejado de la vivienda. Allí, en una pequeña habitación de techo inclinado y con una abertura a modo de lucernario por donde penetra la luz, plasma sus recuerdos en el papel utilizando todavía una máquina de escribir de los años cuarenta. Escribe poesía. Tiene un hermoso libro, Destierro, con prólogo de María Zambrano y obras de teatro. La que aquí nos interesa mencionar es Las Republicanas, escenificación dramática de sus recuerdos que, a la vez, quieren ser los recuerdos de todos los niños que se vieron abocados a su misma experiencia. Las Republicanas, tal y como escribe Teresa en el pórtico de la obra es una Tragedia, tratase del último suspiro, convertido en palabra, de quien está fuera de su elemento. Debido a la magnitud del texto, se han necesitado gran cantidad de peces cuyos nombres no podemos dar aquí; pero sépase que cada una de nuestras heroínas recuerda la gloria de, por lo menos, un banco de sardinas.

Lo que recojo aquí no es una trascripción literal de la entrevista en el sentido estricto del término. Si que he respetado fielmente el contenido de la misma, pero he procurado impregnar el diálogo mantenido entre las dos de la cadencia poética y de la sensibilidad estética que aflora en el habla de Teresa. El tono de su voz, la manera como se expresa, los silencios, las metáforas, las frases que convierte en hermosos versos capaces de iluminar hasta lo más doloroso del alma...; todo esto lo he intentado transmitir a través de una narración que arropa los recuerdos de la protagonista. Para entender mejor el cómo y el porqué de su presencia en los campos me remonto al día en que nació, el 22 o el 23 de enero (sus padres nunca se pusieron de acuerdo sobre este extremo).

Nació en Barcelona, en 1932. Su padre, capitán de artillería, era aragonés. Su madre de Burgos. Fue hija única y silenciosa. Pasó unos meses, ya niña, en un internado de monjas teresianas y después su padre la mandó a un internado donde estaban hijos de anarquistas. Sus recuerdos de la guerra: los bombardeos. Su abuela paterna la enseñó a leer y a escribir, con lo que salió de España, gracias a su abuela y a Dios, sabiendo leer y escribir. Un buen soporte. Salió de Barcelona el 23 de enero de 1939, con su madre, una tía y un primo. Me dice, interrumpiendo el relato, ve preguntándome, los recuerdos se me presentan todos a la vez, como si quisieran tener su ración de presente. Recuerdo el entierro de Durruti, la cantidad de gente.

Durante la guerra, en la escuela, la maestra decía a los niños que se pusieran debajo de las mesas. Evidentemente si caía una bomba no tenían nada que hacer, pero las mesas les podían proteger de la metralla y de los cristales rotos. Ya de mayor, en Roma, se compró una mesa porque le recordaba a las de la escuela. Todavía la conserva. Recuerda también el sentimiento de culpabilidad ante los camiones de muertos. Eran conscientes de lo que pasaba. Los niños entonces éramos muy serios. No se acuerda, en cambio, del lugar de donde salieron, pero si que estaban en lo alto de una loma, su madre, ella, su tía y su primo. Su tía estaba llorando por la colcha que dejaba. Y desde allí se veía el incendio de Barcelona, desapareciendo...

Cuando salieron de Barcelona un camión les llevó cree que a Besalú y a partir de aquí a pie, hasta la frontera. Teresa llevaba alpargatas y se la llenaron de barro. Llegó a la frontera con barro español, ¡qué algo es algo!. Llegó con frío, llovía y había charcos de agua de los que bebían, o al menos ella recuerda haber bebido de un charco. Por una casualidad pasaron la frontera detrás de Federico Urales, tenía el pelo blanco. Muchas mujeres iban con su ajuar. Mi madre durante veinte años estuvo hablando de sus sábanas y preguntándose que habría sido de ellas. En los borde de los caminos, hacia la frontera, había montones de maletas abiertas con ropa abandonada. Se abrían las maletas para sacar algún recuerdo y se dejaban por el camino porque no se podía con el peso. Entonces, las mujeres echaban una última mirada de cariño a su ropa bordada y seguían para arriba.


Pasamos la frontera a pie. Habíamos estado andando dos días. Mamá tenía un bote de leche condensada para cuatro personas. De ahí la sed y la necesidad de beber en los charcos. Hacia la frontera se iba tristemente, aunque con cierto valor. No me di realmente cuenta de la situación hasta que llegué a la frontera y vi a los franceses. Allí tuve una crisis de histeria y de llanto y dije que me volvía para atrás, yo sola. Fue el momento del paso de la frontera, cuando vi que los gendarmes hablaban una lengua endiablada, que estaban de muy mal humor, que nos separaban con el allez!, allez!. Yo entonces dije que me volvía y lástima de no haberlo hecho. Los franceses corrían más que yo.

A algunas mujeres y niños nos metieron en trenes y nos iban parando en pueblos en los que nos bajaban por grupos. Llegamos a un pueblo. Mi tía iba llorando porque desde el asunto de la colcha no había dejado de llorar. Eso me inspiró varios parlamentos. Nos bajaron en un pueblo, creo que del Macizo Central, que se llamaba Saint Simón y nos llevaron a un albergue. Entre las mujeres había una sordo-muda de ojos azules. Se decía que era hija de un marqués, casada con un socialista que se la había llevado al exilio. Su desesperación era que los niños no supiesen leer ni escribir, así que entre las dos les enseñábamos. Ella dibujaba las letras y yo las decía en voz alta.


En el albergue dormíamos los cuatro en una habitación. A los niños nos llevaban a una escuela del pueblo, pero el maestro, desesperado de que no le entendiéramos, se ponía a tocar el violín. Los niños españoles estábamos solos en un aula. Los niños en España llevábamos batas blancas, en Francia llevaban batas negras con un tipo de calzado que les daba un aire muy triste. Tomábamos mucha leche y patatas, que era lo que producía el pueblo y nos daban algo de ropa. Las mujeres estaban preocupadas por sus maridos y compañeros. Se ocupaban de la cocina, limpiaban, lavaban la ropa... Hablaban muy poco de lo de España y menos delante de los niños. Las mujeres de aquí eran anarquistas y en cuanto a su procedencia, en su mayoría catalanas, andaluzas y aragonesas. Lo que peor recuerdo es la cuestión del tiempo.


En diciembre de 1939 entramos voluntariamente en el campo. Antes nos habían llevado a otra ciudad, Aurillac, y estábamos en hoteles esperando. Mi madre aquí se enteró, no sé como, de que mi padre estaba en Argelès (mi tío José se encontraba en la línea Maginot). Y muy democráticamente me dijo: ¡fíjate!, vamos a votar si entramos o no voluntariamente en los campos. Yo le dije que si y me alegré porque así compartimos la suerte de muchos de nuestros compañeros. Entonces nos escapamos porque donde estábamos era una residencia vigilada y nos fuimos, mi madre y yo, de tren en tren, con prohibición absoluta de hablar, hasta llegar a Perpignan y desde aquí, a pie, a los campos. Yendo creo que al de Saint Cyprien (habla de este campo y del de Argelès indistintamente), vimos a los bordes del camino, me pareció, miles de crucecitas. Cuando estábamos llegando al campo mi madre apretó el paso. En la puerta tuvimos que esperar porque, si era difícil salir de aquel lugar, también era difícil aceptar por parte de ellos un rasgo de moral en nosotros. Teníamos que ser salvajes, bestias, asesinos...

Estuvimos muchas horas sin que aceptasen nuestra entrada hasta que, por fin, nos metieron a empujones en una barraca donde había arena negra y mojada. Recuerdo que era el 25 de diciembre porque mamá lo decía constantemente. Hoy es el día de Navidad, recuérdalo... Y yo lo recordé, claro. Y una mujer que estaba allí se levantó y nos dio una manta. Y así empezó la solidaridad. Estábamos en un campo de mujeres y niños, podíamos ser miles, guardo el recuerdo de multitud. Las alambradas entraban en el mar para impedir las fugas, más de dos metros, hasta donde ya no se hacia pie. No recuerda que nadie se bañara en aquel mar. Lo cargaron de unas intenciones enemigas que seguramente no tenía, pero... No había nadie tomando el sol, ni bañándose. Los retretes eran pequeñas casetas y por un tubo salían los excrementos hacia el mar. Luego bebíamos de ese agua y venían las diarreas, sobre todo en los niños. No había ningún cuidado médico. Había una mujer enferma de diabetes que no le daban nada, pero ella tenía un tesoro: unas tijeras con las que abría a los niños las llagas de la sarna. La sarna empieza con unos granitos exteriores y luego los ácaros se meten por debajo de la piel y forman ampollas y esas ampollas las abría con las tijeras y vaciaba todo el líquido y luego lo limpiaba con agua del mar. Y esa fue la cura que tuve durante un año

Cuando llegamos al campo ya había unas barracas. Nos dieron un plato de aluminio. Uno de los trabajos a los que nos dedicábamos los niños en verano era a barrer la arena, a rastrillar, decíamos nosotros. Cada barraca tenía dos puertas, después nos hicieron con madera y entarimados el pasillo central, los pequeños habitáculos y luego conseguimos dormir sobre algo. Al principio dormíamos en el suelo, todos juntos. Su madre tiene todavía la manta que le dio una mujer andaluza. Los franceses no nos dieron nada. Los niños jugábamos en el campo, ¡ya me dirás a qué con el mal humor que teníamos!. Los juegos útiles consistían en amontonar la arena contra las barracas para impedir que entrara el viento. Niños y niñas mezclados y de todas las barracas. Jugábamos al juego del clavo y de la navaja.

Tiene un vago recuerdo de la celebración de las misas los domingos. En la explanada los hombres y las mujeres estaban separados por una barrera de gendarmes, pero la presión de unos y otras la rompía y allí se mezclaban todos, se saludaban, se intercambiaban noticias y, mientras, el sacerdote diciendo misa lo mejor que podía. Tiene la impresión de que cada vez se decían dos o tres misas seguidas porque aquello duraba mucho, pero el sacerdote era una buena persona. Curiosamente entre aquella masa no todos se declaraban ateos y sentían cierta simpatía hacia el cura.

Mi padre se enfadó un poco cuando supo que estábamos allí. Él sabía lo que eran los campos de la playa, nosotras no. La primera vez que le vimos llevaba el mismo uniforme color caqui que la última, antes de separarnos. Estaba en los campos desde el principio. Se había quedado en Barcelona hasta la madrugada del 25 de enero. Tenía 39 años cuando pasó la frontera.

Entre las mujeres no había ningún tipo de organización cultural, de ninguna clase. Yo supongo que los hombres harían algo porque eran más activos, pero las mujeres estaban entregadas a una suerte de desgracia, de tragedia antigua. Se lamentaban, no podían hacer nada con las manos porque no tenían nada. Había una barraca donde iban varias mujeres, entre ellas mi madre, y cocinaban unos guisantes horadados por gusanos que nos daban los franceses. Por la mañana nos daban un cafe negruzco y una rodaja de pan. A mediodía esa sopa de guisantes con agua y otra rodaja de pan y por la noche, lo mismo. Cuando la población de gusanos en las cazuelas era mayor que la de guisantes, las mujeres hacían una huelga de hambre. Se echaba entonces todo a la arena y no comías, un día más no importaba. Los niños estábamos esqueléticos, yo con 9 años pesaba 19 kilos, pero no teníamos hambre, sabíamos lo que pasaba. Yo era una niña violenta que lanzaba miradas de odio a los gendarmes, a los senegaleses, una andaluza nos dijo que no mirásemos a las alambradas, que mirásemos al mar.

Las mujeres con la regla menstrual trataban de lavar los paños en un chorrito de agua, tenían muy pocos. No se acuerda bien, porque era niña y no nos hablaban de ello, no lo decían. Entonces las mujeres se apartaban porque lo consideraban como una enfermedad vergonzosa. Yo como niña no fui consciente de esto, no me di cuenta, pero lo debieron pasar muy mal. En Argelès estuvo un año, primero fueron a Saint Cyprien y de aquí a Argelès. Entraron en los campos en la Navidad de 1939 y salieron en diciembre de 1940 o enero de 1941 (no recuerda). Su padre conoció a una señora que tenía a su marido en el frente y esta señora les reclamó. Los tres fueron a Toulouse.


6 comentarios:

Magda Díaz Morales dijo...

Querida Ángela, una infancia desgarradora la de Teresa Gracias, una maravillosa mujer que nunca habia escuchado, muchas gracias por tu texto.

Estoy totalmente de acuerdo contigo, muchas circunstancias en el poder, en los sitemas, han hecho que muchas mujeres hayan estado ignoradas, ninguneadas, olvidadas o despreciadas. Dice Rosario Castellanos(1) que justamente debemos desvelar estas vidas, difundir sus obras, como tu ahora lo haces con esta admirable poeta.

Un abrazo para ti.

(Rosario Castellanos fue una escritora mexicana que murio electrocutada siendo embajadora en Israel. Escribió cuento, drama, novela (te recomiendo Balun Canan), poesía y ensayo. Justamente en su libro de ensayos Mujer que sabe latin... habla sobre "desbarrancar mitos y difundir conciencias" respecto a los "valores" asignados (y falsos) a tantas mujeres. Fue una mujer sumamente inteligente, de la que aun hay mucho por escribir, sobre todo de sus ensayos (su tesis se llamó "Cultura femenina", y está publicada en libro).

A.I. dijo...

Teresa Gracia, además de buena amiga era una gran mujer por lo que está justificado que difunda su vida y su obra, tan poco conocida.
Gracias Magda porque me estás descubriendo nuevas voces, que nos enriquecen a todos. Voy a buscar la obra que me indicas de Rosario Castellanos, y mientras la encuentro he puesto un enlace sobre ella.
Un abrazo

Ángela

Magda Díaz Morales dijo...

Y también gracias a ti querida, Ángela, contigo también estoy descubriendo nuevas voces. Ojalá hubiera una antología con todas esas mujeres ¿verdad?

Magda Díaz Morales dijo...

Mira Ángela, a ver si te gusta esta página:

http://sololiteratura.com/ros/rosobras.htm

Hasta mañana.

A.I. dijo...

Gracias por descubrirme todas estas voces, la página es estupenda, la voy a poner en enlaces.
un abrazo

Ángela

Unknown dijo...

Conoci a Teresa Gracia en Roma, 1971, vivi seis meses en su casa de Via Urbana, me dejo sus gatos durante el permiso de maternidad de su hijo Raimundo, trabaje con ella 3 anos, en la revista Ceres de la FAO.
Fuimos amigas desde el primer dia que nos conocimos hasta el el dia de su muerte. Cuando me fui de su casa me regalo un juego de llaves para que entrara cuando quisiera. Con esas llaves y con todo lo que ella me enseno !!cuantas puertas he abierto!!.
Agueda